Llevaba tiempo ansiando introducir sus pasos más allá de la entrada de aquella profunda y oscura cueva subterránea que le conduciría a conversar con el mismísimo Saturno. Sería un largo descenso, casi vertical y le recibiría con sus mejores galas tejidas en plomo, pero aun estaba lejos y tan solo intuía a todas aquellas serpientes que la custodiaban por el leve siseo que distinguían sus oídos.
-Será imposible emprender este viaje -se dijo para sus adentros. Incluso fuera de ella reinaba la oscuridad, era de noche e intuía que aun faltaba mucho para que el gallo emitiera algún sonido. Recibía mensajes tratando de desalentarle, poniendo a prueba su empeño, y a pesar de que varias veces estuvo tentado a obedecer las órdenes, recordó de pronto la vela que portaba consigo. Podía palpar la cera que sus manos aprisionaban y contempló a la llama vacilante. Sus suspiros de desaliento estuvieron al borde de apagar el fuego que decoraba su mecha en llamas, pero este siempre conseguía librarse de tan fatal destino y retomar su camino ascendente. Tenía la cera y tenía el fuego, pero la mecha era corta... Debía de partir y ese era el momento justo.
3 comentarios:
Qué difícil es saber cuándo es el momento justo de partir.
y qué dificil es decidirse a hacerlo.
Cierto, muy cierto...
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