lunes, 4 de octubre de 2010

Caminando por la eternidad

Había viajado durante muchas millas por diferentes caminos de la geografía del tiempo con un saco de carbón atado a su espalda. En ocasiones, el peso del equipaje llegaba a incrementar la fuerza gravitatoria de su cuerpo contra la tierra, pero se negaba a dejar que ardiera en la hoguera común más cercana y la transmutación del oscuro mineral se perdiera en un simple pulvis es et in pulverem revertis. Deseaba seguir avanzando por el camino recto, aunque perdiéndose algunas veces en sus angostas bifurcaciones -que andaba y desandaba-, a medida que el nadir se le antojaba menos tangible pero más cercano, casi en fusión con todos sus opuestos. La noche era negra y fría, pero una lejana chispa en el horizonte le animaba a continuar recorriendo los caminos rodeados de brezo para alcanzar el manantial de la llama vivificadora. ¿Sería realmente el camino recto o las grandes distancias le hacían no percibir las ligeras curvas del círculo? El uroboros que pendía de su cuello mordía incesantemente su propia cola.