viernes, 2 de mayo de 2008

Momentos

Llegué a tu casa al anochecer en ese último autobús que solitario atraviesa decenas de pueblos oscuros. Me recibiste, como es habitual, con una sonrisa, apoyada contra el marco de la puerta y contemplándome avanzar torpemente a lo largo del pasillo. En ese momento, nuestros besos son siempre fugaces, cada vez más, pero aun así me gusta revivirlos una y otra vez siempre que se me brinda la posibilidad de pasar al menos unas cuantas horas a tu lado. Tu apartamento estaba bañado por una luz tenue, propia de las noches en las que te relajas distraída en el televisor.

Como si de un ritual ya casi se tratara, me desprendí de mi maleta, mientras tomabas las dos tazas de té de la cocina para apoyarlas más tarde en la mesa del salón. Ya no hace frío, pero no por eso ha perdido el encanto acurrucar mi cuerpo desnudo junto al tuyo debajo de una suave y fina manta en el sofá. La película avanza, pero hace ya mucho que mi mente ignora por completo aquello que mis ojos le transmiten y se centra, única y exclusivamente, en sentir como mis manos recorren lentamente esas caderas ligeramente curvadas. Tu mirada asemeja no percibir a mi cuerpo en absoluto, ese que se sitúa próximo detrás de ti, pero tu piel me cuenta de nuevo que me sientes muy cerca. Los minutos transcurren mientras mis dedos se dedican plenamente a la tarea de redescubrirte como tantas veces ya lo han hecho. Tu corazón bombea poco a poco más fuerte con el paso del tiempo y casi siempre que mis labios rozan tu cuello no puedes evitar emitir un leve suspiro. Disfrutas dejándote hacer de ese modo, sintiendo mi piel rozando despacio la tuya, mi boca humedeciendo tu cuello y tu nuca, y mis dientes mordisqueando tímidamente esas zonas ya mencionadas. Aguantas en esa postura durante unos fugaces minutos, hasta que dominada por tu líbido, giras tu cuerpo en busca de mí permitiendo de esta manera que tus senos se acerquen a los míos. Cuando me miras, suelo acariciarte en la mejilla para atraerte de una forma inocente hacia mis labios, y es entonces, en ese instante, cuando tus ojos se vuelven mucho más claros, de un color casi turquesa, que me hace recordar el momento preciso en que por primera vez aparecieron en mi vida. Pero es que he de confesarte que cada vez que estoy con ella, en el fondo también lo estoy contigo.

3 comentarios:

dintel dijo...

Bueno, tengo que aprender a leerte sin desayunar, que tanta sensualidad me quita el apetito y me hace coger "apetito" (vaya con la polisemia). ;)

Al-kemia dijo...

Sí, hay que ver la polisemia... Al final todo gira en torno a lo que nos llevamos a la boca :D
P.D. Me hizo mucha gracia la respuesta en tu blog ;)

Cactus dijo...

has conseguido que sienta en mi piel todo lo que has escrito, consigues llegar muy bien con tu manera de escribir.

gracias por hacerme un comentario y dejarme descubrirte.