miércoles, 28 de enero de 2009

Visiones

-¿Qué observas? -Le preguntó tras colocarle una venda que cubría sus ojos por completo.
-Aparentemente no veo nada, pero percibo el infinito.

Shhh...

Me gusta compartir contigo nuestro amor secreto, principalmente porque ni tú ni yo creemos en el amor. Me gusta disfrutar contigo de la humedad de nuestros cuerpos y pensar que entre tanto los otros imaginan que estamos secas. Me encanta imaginar cuanto llegamos a desearnos hasta que una noche nos desnudamos mutuamente en la cama de tu ruidoso apartamento. Pero sobre todo, adoro los momentos en los que mis labios y mi lengua comienzan a deslizarse por tu cuerpo hasta perderse en los recovecos de tu sexo, mientras que tú y yo gemimos y el resto del mundo simplemente lo ignora.

sábado, 24 de enero de 2009

Primera vez

La noche había transcurrido lentamente y los momentos que la habían ido dando forma aumentaron en intensidad a medida que las horas avanzaban en el reloj del universo. Teniendo en cuenta este contexto no debe sorprender el hecho de que justo en el momento en el que los bares comenzaron a bajar las trapas y a cerrar sus puertas, nosotras nos dirigiéramos hacia tu apartamento sin saber qué era lo que podría ocurrir exactamente en aquel lugar.
Sin duda, los tequilas que habías ingerido acompañados por la sal colocada sobre mi cuello habían provocado cierta desinhibición en ti. Sin embargo, en mi caso, todo aquello tan solo había fomentado mi cobardía adolescente.
Penetramos en tu apartamento, al que tú saludaste quitándote los zapatos y arrojándolos en una esquina del hall. Me condujiste hacia el salón como era ya costumbre en otras ocasiones con propósitos bien distintos y me invitaste a sentarme en una de las esquinas del sofá. Conversamos durante casi un par de horas, hasta que mi cuerpo, agotado, pidió a gritos un vaso de agua que solo pude adquirir desplazándome en su busca hacia la cocina mientras tú permanecías inmóvil en tu postura inicial. Apenas tardé unos minutos, pero a mi regreso tu presencia había desaparecido del sillón, así que comencé a indagar por la casa hasta que tímidamente entreabrí la puerta de tu dormitorio. Tu cabeza reposaba sobre la almohada y tus ojos me miraron fijamente al notarme asomar al otro lado de la puerta. -Pasa -me dijiste, y mis pies obedecieron con la inocente intención de proporcionarte un beso de buenas noches y dirigirme de vuelta a mi apartamento.
Reposabas en el otro extremo de la cama, así que de un modo un tanto torpe me senté sobre ella para tratar de alcanzar alguna de tus mejillas, hasta que cuando mi boca se hallaba a punto de llegar a su objetivo, un leve movimiento efectuado por tu parte me entregó tus labios y tu lengua. Nos besamos durante mucho tiempo, tanto, que no recuerdo su duración con exactitud. Tan solo puedo afirmar que la intensidad fue aumentando sutilmente a medida que los otros miembros de nuestros cuerpos comenzaron a desatender a los consejos de la diosa Razón.
Tu mano izquierda acariciaba mi cara, mientras que la mía reposaba sobre tu melena acompañando así con más movimientos aquellos producidos por las bocas al entrechocarse. Me sentía insegura, lo recuerdo, pero finalmente, olvidando, tal vez, todas nuestras circunstancias personales y nuestra supuesta heterosexualidad, ejerciste cierta presión sobre mi nuca para arrastrarme lentamente más cerca de ti hasta colocarme encima de tu cuerpo, mientras que tu otra mano, aun libre, efectuó un discreto movimiento para despedir de un golpe una de las luces de la habitación.
Continuamos besándonos en la semioscuridad, desplazando nuestros labios y nuestras lenguas hacia el cuello y la clavícula en movimientos ascendentes y descendentes, dependiendo siempre de quien de las dos se adueñaba antes del cuerpo de la otra. Entonces, tras elevar ligeramente mis caderas por indicación de tus brazos, apartaste de un solo movimiento la sábana que nos separaba y me invitaste a entrar... No pude ni quise decir que no...