martes, 4 de febrero de 2014

Tropiezos

Me crucé contigo cabizbaja sin saber porqué. Era uno de esos días en los que la fuerza del pecho se sostiene implacable desde la garganta hasta el pulmón y cada célula invisible de mi psique me incitaba a pasear a un ritmo decreciente junto al torrente de agua fría en el que ansiaba encontrar una mirada del Principio Único más misericordiosa que de costumbre. No acerté a apreciar tu género hasta que me acerqué aun más a ti. Apenas habías cumplido los treinta, pero la ropa rasgada y sucia hacían que te desplazaras con la pesada gravidez de un muerto. Imaginé cómo habría sido tu pelo lavado, aquel que nacía bajo el gorro de lana y cubría parcialmente tus mejillas, cuando tiempo atrás tu casa era más que aquel carrito roido del que asomaba un paraguas negro invertido y un bolso cuidado que dejaba entrever una etapa mejor. Me sonreiste con la cara joven y manchada. En ese momento dejé de tratar de apiadarme de mí. No pude sostenerte la mirada.

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