Nunca se le habían dado bien los comienzos, aun ni siquiera cuando se tratara de reanudar el camino tras un punto de inflexión. Las palabras, las imágenes y las emociones se amontonaban en el útero de su mente ansiando convertirse en los primeros en ser gestados como hijos de la semilla de Saturno. La concubina era un ser ajeno a él, carente de la esencia que él mismo portaba y escondía a su vez en lo más profundo de su prole. Difícil de hallar, de encontrar, de descifrar, pero siempre presente en cada acto y en cada palabra. La concubina reía, siempre mostraba su rostro, lo material era su mundo y le gustaba ostentar su poder. Tenía el control de ese hijo cuyo destino tan poco le importaba: si ella moría, moriría su vientre y, al hacerlo, la esencia profunda escondida en él. Difícil conjunción ternaria para evitar un conflicto entre ellos. La esencia ansiaba salir a la realidad, ser al menos intuible como lo era el hijo gestante, pero la concubina jamás permitiría ser relegada del control que en la realidad creía poseer. Así que se resignó a permanecer presente simulando su ausencia con la esperanza de que algún día alguien reparara en él.
"Me encantaría pasar contigo el resto del día -se oyó a lo lejos
"Gracias por traerme a casa. Tal vez en alguna otra ocasión nos volvamos a encontrar" -dijeron sus labios
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario