Llevaba días sin encontrarme contigo, tantos que apenas hubiera logrado reconocerte a simple vista si no hubiéramos quedado para intercambiar unas palabras. Parecías distinta, pero aun así conservabas ese halo de misterio y reserva que inconscientemente utilizaste como arma seductora mucho tiempo atrás. Como siempre, llegué tarde a mi cita y no pudiste evitar contemplarme algo molesta. Te sorprendería tal vez averiguar todas esas palabras que pronuncias involuntariamente con tan solo una mirada y que con el paso del tiempo he conseguido aprender a leer con torpeza aun.
Ignoré por completo tu expresión de desagrado por mi retraso y antes de que hubieras sido capaz de incorporarte del asiento, me lancé a tus brazos efusivamente. Me miraste con sorpresa, dado como estabas acostumbrada a mi carácter un tanto introvertido. Me senté a tu lado con cierto aire de seguridad. Todo aquello, era obvio que te desconcertaba. Era habitual en ti dirigir la situación, incluso en aquellos momentos pasados en los que disfrutabas observándome cautelosamente por el rabillo del ojo y que yo fingía no descubrir para que no acabaran nunca.
Ignoré por completo tu expresión de desagrado por mi retraso y antes de que hubieras sido capaz de incorporarte del asiento, me lancé a tus brazos efusivamente. Me miraste con sorpresa, dado como estabas acostumbrada a mi carácter un tanto introvertido. Me senté a tu lado con cierto aire de seguridad. Todo aquello, era obvio que te desconcertaba. Era habitual en ti dirigir la situación, incluso en aquellos momentos pasados en los que disfrutabas observándome cautelosamente por el rabillo del ojo y que yo fingía no descubrir para que no acabaran nunca.
Como habíamos previsto, nuestro reencuentro se produjo al aire libre, otorgándonos así la ocasión de disfrutar de un café para llevar que habías adquirido a pocos metros de donde entonces nos situábamos. Comenzamos una conversación absurda sobre aspectos superficiales de nuestra vida para evitar el temido silencio, pero por más que lo intentamos esquivar, éste, se escabulló de donde se hallaba preso y tomó asiento entre ambos cuerpos. Hacía viento, pero a ninguna de las dos parecía importarnos lo más mínimo.
Durante los primeros minutos tu mirada se centro por completo en la mía, pero a medida que avanzaba la conversación que habíamos vuelto a retomar, esos ojos que tan poco guardan la discreción de tus pensamientos, comenzaron a deslizarse por mi rostro, tal y como lo habían hecho ya alguna vez en el pasado. Por fin se detuvieron en mi boca para escucharme, mientras la tuya se entreabría ligeramente para permitir de este modo que tu lengua humedeciera su exterior. Jugabas con tu anillo, tal vez sin darte apenas cuenta, pero tratando de desprenderte de él en algunas ocasiones. Por fin, el objeto cedió a tus súplicas y descendió por tu anular hasta aterrizar en medio del espacio que nos separaba en aquel banco. Aproximamos nuestras manos con un movimiento firme para recogerlo, pero ambas las posamos al mismo tiempo sobre aquella concentración de fuerzas en las que ahora él se había transformado. Ninguna de las dos dijo una sola palabra, ni ejecutó ningún movimiento hasta que mi dedo comenzó a desplazarse por encima de los tuyos. Tu piel respondió lentamente a mis caricias y tu índice, seguido de los restantes, comenzaron a entrechocarse poco a poco con los míos. Tras un amago de unión, los deslicé casi sin llegar a ser un leve roce por la palma de tu mano y tras un camino descendente comenzaron a ascender de nuevo por tu brazo desnudo hasta el límite superior de su contorno. Acariciaba tu nuca, tu clavícula y tu cuello, mientras mi mirada reposaba en cada centímetro que mi piel iba descubriendo a medida que avanzaba por tu cuerpo. Tu mano coqueteaba tímidamente aun sobre mi brazo y mis dedos se desplazaron por fin hasta tu rostro para dibujar tu perfil, tus pómulos y por último tus labios humedecidos. En ese instante alcé mi mirada para encontrarme con la tuya de nuevo y tu boca correspondió con un ligero y suave mordisco. Un escalofrío emergió cerca de mi ombligo y mi cuerpo no pudo resistir la tentación de aproximarse aun más al tuyo de una vez por todas, derramando al suelo en el trayecto los cafés que habíamos posado hacía un rato. Aparté mis dedos de tu boca y los deslicé en un movimiento firme por tu mejilla seguidos por la palma de mi mano hasta colocarla en algún lugar cercano a tu nuca para acercarte, de este modo, completamente a mí.
Un ruido me sobresaltó entonces en ese instante. Era el silencio que aun reinaba entre nosotras mientras contemplábamos el paisaje a nuestro alrededor con los cafés todavía enteros en la mano.